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Mucho que aprender

Mucho que aprender

En África, concretamente en Uganda, todo es diferente. Su paisaje, su olor, su cultura y su gente. Diferente no significa ni peor ni mejor, simplemente algo nuevo a lo que tenemos que acostumbrarnos.

Al subirte al avión que vuela a este magnífico continente por primera vez, ya sientes que algo ha cambiado. Los pasajeros, la comida…y por supuesto cuando ya estás sobrevolando su cielo, su verde y frondoso paisaje es algo bello y grandioso.

En cierta manera me recordó algo a algunas partes de Latino América. Calles sin asfaltar, basura quemada en plena calle, niños descalzos jugando entre escombros…y miseria, mucha miseria.

¡Estaba en Uganda! Pronto empezaría mis clases de derechos humanos y los entrenamientos de fútbol. O eso creía yo.

Me recogió Davii, un chico ugandes de treinta y pocos años. Desde Entebbe, me llevó en coche hasta Kijjende, un poblado a dos horas de Kampala. Sinceramente, durante mi carrera como piloto militar, había tenido varias emergencias en vuelo, pero nunca había pasado tanto miedo como con él. Por el camino, nos encontramos con motos de cuatro pasajeros, con vehículos en sentido contrario dentro de nuestro propio carril. El estado de las imaginarias ¨carreteras¨ es como el circuito del París Dakar, no hay forma de saber dónde está tu parte y la del otro. La inexistencia de señales y normas de tráfico, hace imposible prever cualquier tipo de maniobra por parte de los otros vehículos. En fin, un absoluto y terrorífico caos.

Gracias a Dios o al destino, llegamos a lo que sería mi casa durante casi un año. Durante el trayecto, Davii, me fue explicando como funcionaba la cultura Ugandesa y ciertas normas sociales que debía de cumplir por mi propio bienestar. Entre ellas, me recomendaba no llevar pantalones cortos, ya que esto daba “direct access to men”. Por supuesto, lo iba a respetar, pero me pareció muy triste y lamentable.

La semana comenzó. Los primeros días fueron duros porque aunque tengas una idea de lo que te vas a encontrar, nunca te lo imaginas así. Como se puede vivir sin agua, sin comida, sin un baño, sin luz…Pero si, si se puede.

Llegó mi primer día de clase. Me encontré con niños desde 4 años hasta 17 años. La mayoría huérfanos. Son unos niños estupendos, no se despegaban de mí en ningún momento. Me llamaban Mzungu. Significa persona blanca. Quieren ver la palma de mi mano. Se la enseño y comienzan a reírse. También me acarician los brazos, y juegan con mi vello, creo que les sorprende que tenga vello en mis brazos. Les estoy enseñando a hablar español y esto es lo que ya han aprendido…

Todo lo que daba por seguro en mi otra vida: luz, agua, comida, zapatos, gafas, lápices, ropa… en África no existe:  Y no penséis que son menos felices que nosotros, sin nuestros caprichos. Todo lo contrario. Los niños ríen, bailan y cantan constantemente.  A pesar de que nosotros, los del “mundo desarrollado”, nos parezca imposible incluso sonreír ante estas condiciones.

Patricia

Patricia Campos

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Author: Patricia Campos

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